Era agosto de 2017. Llevaba ya unos días en Islandia cuando una pareja local me recomendó hacer la ruta de senderismo Fimmvörðuháls, que va hasta Thórsmörk desde Skógar.
No tenía mucho más que hacer, pues también me dijeron que un volcán debajo de un glaciar había erupcionado (?!) y una pieza de hielo se había deslizado a la carretera principal, por lo que esta estaba cortada.
Me aventuré. Viajaba sola, con una mochila que pesaba unos 25 kilos, e iba acampando en todas partes.
Llegué a la cascada Skógafoss sobre las 2 de la tarde y me presenté en la oficina de información de Skógar para informarme sobre la ruta.
Allí me dijeron que tardaría más o menos 8 horas en llegar a Thórsmörk, donde podría acampar y coger un autobús de vuelta a Skógar. Podía reservar el billete allí mismo, así que lo hice. Me costó aproximadamente 40 €.
Me comentaron que iba a caminar unos 22 km y que encontraría hielo y nieve en el camino, cosa que no me preocupaba y debería haberme preocupado un poco.
Llevaba botas, pero no crampones, e iba sin bastones.
El inicio
Empecé a caminar hacia la cascada Skógafoss, la ruta empezaba a su lado derecho. Había muchas personas tomándole fotos.
Aún en el camping de Skógar, vi un cartel con advertencias y consejos, donde se recomendaba no caminar solo.
Yo seguí. Viendo tanta gente enfrente pensé que seguramente sola no estaría, por lo que continué. Además, me acababa de gastar 40 €. No estaba yo como para ya dar ese dinero por perdido.
Empecé a ir hacia arriba y llegué reventada al final de la primera subida. Voy bien, pensé (JAJAJA).
De cascada en cascada
El camino se veía bien bonito, transcurría al lado de varias cascadas. Siempre iba en subida, pero esta era progresiva.
Encontré varias personas en esta parte del camino, algunas muy bien preparadas, y empecé a conversar con dos de ellas. Planeaban llegar a las montañas de colores Landmannalaugar en una semana.
Después de hablar con ellas, me paseaba como Heidi, bien entretenida viendo el paisaje, hasta que me perdí.
Le hice caso a una señal que marcaba el camino a la izquierda y me encontré a mi misma en un sendero que tendría como mucho un metro de amplitud, con un acantilado al lado.
Entré casi en pánico porque el lugar era tan estrecho que darme la vuelta suponía tirarme al vacío.
Estaba claro que me había equivocado, pues había dos personas mirándome desde un lugar más arriba a mi derecha y que obviamente iban por el camino correcto.
Seguí para adelante ya que no tenía otra opción.
El diminuto camino, que se mantenía más o menos plano, se inclinó de repente y tuve que subir dos metros para después dar un salto para abajo.
Dejé mi pesada mochila atrás para cogerla después y, como pude, salté.
Conseguí salir del paso con muy buena suerte, la que siempre me acompaña.
Encontré de nuevo la ruta y el paisaje, verde y a rebosar de cascadas, cambió de forma gradual perdiendo su color.
Dormir entre glaciares
Iban pasando las horas y cada vez se veía menos gente.
De hecho, se estaba haciendo tarde y estaba claro que no iba a llegar a Thórsmörk ese día.
Ya muy cansada, debido al peso de la mochila, decidí parar de caminar.
El paisaje verde empezó a volverse rocoso y alguien que pasaba por allí me recomendó no continuar, pues me encontraría con más piedras y no habría lugar donde montar mi tienda.
Podía ya ver los glaciares desde el punto en el que me encontraba y empecé a buscar un buen lugar donde acampar.
Hacía viento y necesitaba un lugar donde protegerme de él. Estaba a unos 8 ºC.
No encontré ningún lugar decente, más que una especie de rampa, donde monté mi tienda para más tarde aprender que no se debe acampar en zonas inclinadas, por muy poco pendiente que tengan.
Fimmvörðuháls y Eyjafjalla
Me desperté sobre las 9 de la mañana y empecé a caminar de nuevo.
El color verde del paisaje había desaparecido por completo y empecé a ver gente otra vez.
Tenía que atravesar el paso de Fimmvörðuháls.
Antes de llegar, vi un refugio y me acerqué. Conocí allá a una mujer alemana, que recordaré siempre.
Ella estaba empezando un viaje intercontinental sin fecha de vuelta a su país y su primer destino era Islandia. Venía de hacer la ruta del revés, desde Landmannalaugar hasta Skógar.
Me contaba que el paisaje era increíble y que en algún momento tuvo que caminar por ríos donde el agua le llegó hasta las rodillas.
Se despidió de mí y dejé el refugio, donde vi que vendían bebidas, para empezar a caminar sobre el hielo.
Me quedé anonadada con las vistas.
Caminar por allí no se me hizo difícil en llano y en bajada, pero la ruta empezó a ponerse dura cuando me tocó subir.
Ahí estaba yo… intentando subir una pared de hielo que se rompía al pasar, de la que salí como pude.
El camino se puso peor ya que me encontré con una subida de arena, en la que me quedé encallada.
Había un grupo de excursionistas bajando con un guía, que ayudaba a todo el que pasaba y me estiró para que pudiera subir.
MIL GRACIAS.
La subida había terminado y me quedé más tranquila. Me paré entonces en el paso Fimmvörðuháls.
Al bajar conocí a un chico belga, que también hacía la ruta al revés, y nos quedamos hablando encima del hielo.
Él iba a dormir en Skógar, por lo que quedamos en vernos a mi vuelta a ese pueblo.
Continué caminando hasta encontrarme con el volcán Eyjafjalla.
Los acantilados
De nuevo, no había nadie caminando a mi alrededor. Debían ser las 5 de la tarde y ya había perdido mi autobús de regreso.
El hielo dejó paso a un sin fin de acantilados y al paisaje más precioso que he visto en mi vida.
Estaba delante de una bajada, con mucho pendiente, llena de arena. Era muy, pero que muy fácil resbalarse.
Con lo agotada que estaba, ya no podía más y llegué a pensar que me quedaba otra noche allí.
Aparecieron dos hombres que me saludaron y desaparecieron de mi vista. Caminaban bien rápido.
Después de unos minutos, aparecieron tres personas más, dos hombres franceses y un austriaco, que me salvaron la vida ese día.
Supongo que me vieron derrotada, pues decidieron acompañarme hasta el camping. Uno de ellos empezó a cargar mi mochila y, entre la suya y la mía, llevaba encima 45 kilos como mínimo.
Otro me dio su bastón, por lo que pude bajar más fácilmente.
¡¡¡MUCHÍSIMAS GRACIAS!!!
Nos encontramos con varias zonas críticas.
Había un lugar donde tuvimos que pasar con cuerdas y otro en el que había dos acantilados, uno a la izquierda y otro a la derecha, y debimos caminar por encima de una roca para después saltar y bajarnos.
El camino empezó a volverse más fácil, hasta que finalmente llegamos al camping.
El fin
La última de mis historias por contar es mi viaje de vuelta en autobús.
Se me hizo interesante el hecho de que cruzamos pequeños ríos en él y empecé a entender por qué era tan caro.
El conductor me dejó entrar, aunque mi billete ya había caducado.
Cuando el trayecto terminó, todos estábamos aplaudiéndole por su destreza conduciendo.
Desde aquí, quiero dar las gracias a todos aquellos que me ayudaron mental y físicamente en esos dos días de aventura en la ruta entre Thórsmörk y Skógar. Si no fuera por vosotros, no sé dónde estaría.
Pienso que la ruta es fácil si no cargas con una mochila pesada, hace buen tiempo y empiezas a caminar pronto en la mañana. Te recomiendo hacerla completamente, pues terminó siendo una de mis 5 mejores razones por las que viajar a ese país.